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Con esto me tuve que topar en 2024

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Ni siquiera sé cómo empezar este artículo.

Últimamente parece que me he vuelto algo así cómo una activista de la gente con discapacidad. No me malinterpretéis, me gusta dar voz a mis compañeros, pero cada quién tiene su realidad y pensamiento así que lo más probable es que no hable para todo el mundo. Sin embargo, creo que este asunto es lo bastante grave como para poner el grito en el cielo.

Para dar contexto de a qué viene este artículo de opinión, les contaré que una de mis pasiones es escribir literatura, como muchos de mis compañeros de profesión. A principios de 2024 terminé una novela que muchas editoriales rechazaron o ignoraron así que pensé en usar el gran recurso de #lectorbeta para ver si la novela era mala, necesitaba mejoras o era un asunto simple y llanamente de la poca oportunidad que el sector da a gente sin demasiados seguidores y que nunca ha publicado. Una mujer que no conocía de nada y a la que no iba a ver en la vida porque es de Argentina buscaba lo mismo, así que hicimos el intercambio en Google Drive.

Al principio no aceptaba ninguna de mis sugerencias, así que decidí dejar de hacérselas y simplemente sacarme ese libro que parecía Cincuenta sombras de Grey con personajes de la edad de la autora que parecía que iba a representar una relación homosexual masculina y como la salida del armario a esa edad podía ser una experiencia complicada al tener hijos, familia formada, etc. y como los protagonistas lidiaban con todo eso -lo que me hubiera parecido un argumento valido dado que los dos protagonistas masculinos se habían conocido veinte años atrás- se convirtió en una relación a tres bandas que todo el mundo veía con extrañeza pero sobre la que nadie parecía quejarse demasiado porque resulta que los protagonistas eran noventa-y-cinco porciento mujeres y el otro cinco era el espacio en su corazón reservado al otro hombre.

La parte importante para este artículo empieza cuando el hermano del protagonista que es el tercero en discordia que formó todo este lío le dice que lo que está haciendo está mal ya que como se entere servicios sociales se llevaran al niño pequeño -de cinco o seis años- y que eso es inmoral y cree -debido a que es abogado- que es incluso ilegal. El protagonista se enfada y le dice que él le apoyó cuando empezó a salir con su entonces mujer y madre de sus hijas a pesar de que ella es, atención, SORDA o tiene HIPOACÚSIA, comparando la autora una relación con la otra y, no contenta con eso, lo remata diciendo, en boca del personaje, que, por eso, él tuvo que aprender el jodido lenguaje de signos y que se le daba de pena.

Y luego NADA, ni el hermano le da de hostias -que yo paso por allí, oigo esa conversación y, como mínimo, le digo al tipo que es un desgraciado de mierda si es que no le golpeo con mi bastón por ser tremendo gilipollas.

La autora me ha comunicado que tras mi comentario iba a realizar cambios pero esta clase de gente e ideas son las que hacen que, todavía hoy, existan prejuicios, miradas de lástima hacia la gente normal que sale con alguien con discapacidad o una tía en el metro toque el culo a mi novio porque claro, ella es mejor que yo porque no tiene discapacidad y él la va a preferir solo por eso.

Personalmente, como vivo una vida sexoafectiva totalmente normal, a veces se me olvida que esta clase de gente y discursos aún están presentes en pleno 2024. En la vida y en la literatura.

Que lástima.

Que rabia.

Que impotencia.

Toca seguir luchando. Toca alzar la voz. Toca educar.

Marta Molins

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